decrecimiento-3El 29 de octubre se celebra el Día Mundial por el Decrecimiento en una fecha que conmemora el Crack del 29, el origen de una crisis que tambaleó los cimientos del sistema económico. 84 años después, una crisis más grave vuelve a amenazar al capitalismo, que se hace fuerte en la trinchera. Pero, ¿realmente está amenazado? ¿Hay alternativas que lo puedan desbancar?

Una de las primeras cosas que aprendí en la universidad y se me quedó grabada fue esta: no es posible un crecimiento ilimitado en un mundo naturalmente limitado. Formaba parte del análisis del Problema Ambiental, con mayúsculas, que llevábamos a cabo en la asignatura Medio Ambiente y Sociedad.

Las orientaciones marxistas sostienen que el capitalismo destruye los dos pilares de su sistema de producción: los recursos naturales y la salud de las fuerzas de trabajo. Esto lleva a una crisis profunda que podemos comprobar en la actualidad y que tiene una doble raíz: a la crisis ambiental que han originado la contaminación y la sobreexplotación de los recursos se une otra de carácter social, ya que la población actualmente ni siquiera es capaz de tener una vida de calidad en términos puramente capitalistas: sin trabajo, con los recursos monetarios empeorando y teniendo que hacer frente a deudas e impuestos cada vez mayores.

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El sistema ya no era válido para el planeta porque lo estaba destruyendo pero se escudaba en su validez para las personas, en un crecimiento constante que nos hacía vivir cada vez mejor (a los que tenemos la suerte de vivir en el Primer Mundo). Ahora, ni para estos ciudadanos el capitalismo es idóneo, puesto que muchas personas se están viendo en graves problemas económicos.

El decrecimiento como alternativa al capitalismo

Por ello es normal que surjan movimientos alternativos y uno de ellos es el decrecimiento, cuyo día mundial se celebra el 29 de octubre. ¿Por qué este día? Porque se conmemora el crack del 29, el día en que una grave crisis amenazó a la economía mundial, que fue también la primera vez que el ser humano no supo ver que estaba haciendo las cosas mal, pese a las numerosas pruebas.

Ahora, sumidos en una crisis peor que la Gran Depresión, cada vez más voces plantean un cambio de paradigma, una salida del capitalismo salvaje que ha llevado a esta situación, rechazando la tesis de que solo el propio sistema que ha provocado esto es capaz de solucionarlo.

decrecimientoLa vía del decrecimiento es menos drástica de lo que se pueda pensar por su denominación. No estamos hablando de ir hacia atrás, sino de evolucionar, de comprender, de convertirnos en unos seres más inteligentes, más eficientes. ¿Qué sentido tiene el consumismo descontrolado que gobierna el mundo desde hace décadas? El único que se le puede dar es el del crecimiento económico, pero esto es una lógica relativa.

Y es que la economía no deja de ser una ciencia inventada. Por mucho que se estudie como si fuera física o matemáticas, la economía no se rige por leyes naturales que hayamos aprendido de la observación como otras materias. La economía funciona en los términos en que queremos los seres humanos y se puede modificar a nuestro antojo. El mercado parece algo sagrado pero se puede manipular en cualquier momento (como de hecho se ha demostrado en los últimos tiempos).

¿Por qué no se cambia el sistema? La respuesta es evidente: las personas que lo controlan, que tienen el dinero y el poder, no quieren y su opinión vale más que la de miles de millones de ciudadanos dispuestos a vivir de otra manera.

¿Qué supone el decrecimiento?

La diferencia con el sistema actual es la siguiente: los seres humanos estamos acostumbrados a tener todo aquello que podemos conseguir, independientemente de si nos hace falta o no. El decrecimiento plantea tener lo que necesitas, no adquirir cosas por el simple hecho de poder hacerlo.

¿Por qué una top model tiene cientos de pares de zapatos en su vestidor? La respuesta la dan las bases del capitalismo: porque puede. Y no es solo que pueda, es que debe hacerlo porque es la forma en que subsiste el mercado. ¿Por qué una trabajadora de hostelería de un barrio obrero solo tiene tres o cuatro pares de zapatos en el armario? Porque son los que se puede permitir. Y si quiere tener cien debe esforzarse más, cambiar de empleo, arriesgarse invirtiendo para conseguir capital y poder irse de compras.

¿Qué se echa de menos en estos ejemplos? La necesidad. En ningún momento el capitalismo se plantea si la top model o la empleada de hostelería necesitan uno, cinco o cien pares de zapatos. Eso es irrelevante. Lo importante es quién puede permitírselos y esa persona será la que los compre y además está obligada a hacerlo.

No es una obligación literal, pero a cada persona se la estimula hasta la extenuación, hasta que comprenda que debe hacer esas compras, acordes con su nivel de vida. Esto se consigue mediante la publicidad y el establecimiento de estándares sociales que se transmiten a la población con programas de televisión, páginas web, series, películas o libros que determinan las aspiraciones que debe tener cada ciudadano.

Hoy es el día en que podemos plantearnos nuestra forma de vida. No me refiero a dejarlo todo e irnos a vivir al campo, montar un huerto ecológico y hacer trueques con los vecinos. Aunque esta opción es totalmente válida, saludable y perfectamente acorde con los principios del decrecimiento, se pueden hacer cambios sin tener que renunciar a lo que tenemos, en la mayoría de los casos porque es prácticamente imposible.

Si nos deshiciéramos de lo que ha conseguido el progreso, en la mayoría de los casos nos perjudicaríamos a nosotros mismos. Vivimos en un sistema del que es muy difícil salir. No estoy hablando de tirar al retrete el Smartphone, dejar de tomar medicinas o cambiar nuestro coche por un caballo, sino de modificar nuestra gestión.

¿Qué nos ofrece el decrecimiento para nuestro día a día? Un consumo responsable, el ahorro energético, una mayor calidad en nuestra alimentación, menos estrés, una vida más sencilla. Todo ello se puede lograr incluso sin salir del sistema capitalista, no se trata de radicalizarse sino de poner en práctica aquello que nos diferencia del resto de los animales: nuestro raciocinio.