El 29 de octubre se celebra el Día Mundial por el Decrecimiento para recordar que hay alternativas al capitalismo salvaje, el consumismo exacerbado, el (teórico) crecimiento ilimitado, la destrucción del medio ambiente, el agotamiento de los recursos naturales, el deterioro del planeta.

Lo que propone el decrecimiento no es nada negativo, todo lo contrario. No se trata de no crecer, ni de ir hacia atrás. La idea es evolucionar, convertirnos en una sociedad justa, sensata, racional, coherente, una sociedad donde el crecimiento humano sea más importante que el económico y las cifras no sean el único argumento para la toma de decisiones.

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Los valores de la sociedad actual distan mucho de los anteriores. Vivimos en un mundo que consiente la opulencia en unas regiones y la más absoluta miseria en otras, que declara reservas de la biosfera mientras deforesta la selva amazónica, que construye aeropuertos, autopistas, centros comerciales, incluso ciudades enteras, solo porque hay dinero para hacerlo, aunque no haya nadie que lo necesite. Y lo peor es que, siendo consciente de las consecuencias de sus actos, de los daños ambientales, de la crisis económica, no varía su comportamiento.

Para el futuro del planeta, y no nos referimos a la conservación de un espacio protegido o una especie en peligro de extinción, sino a la pervivencia de la raza humana, es necesario un nuevo rumbo de la civilización, que entienda que el desarrollo es una carrera de fondo y que la única manera de llegar lejos es de forma sostenible. No se puede completar una maratón al ritmo de una carrera de cien metros libres.

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El cambio de marcha implica, entre otras cosas, consumir solo lo necesario. En estos días, se está hablando mucho de uno de los principales enemigos del medio ambiente: la obsolescencia programada. El motivo, la creación en Francia de una ley para prohibirla, evitar que los productos tengan un final predefinido y se conviertan en residuos de forma prematura, aumentando la contaminación y el consumo de recursos. Pero este es solo un primer paso, el decrecimiento se basa en un estilo de vida, una forma de organizarnos, un cambio de mentalidad que no fomente este tipo de comportamientos.

Estamos hablando de no dejarse llevar por las modas, la publicidad, la presión social o la avaricia. Hay diversos ejemplos de obsolescencia planificada que van en contra de los valores del decrecimiento. No se trata solo de la batería diseñada para soportar un número limitado de cargas, también es la ropa que se desecha por moda, los ordenadores que se sustituyen por otros el doble de potentes, que aparecen en el mercado poco tiempo después, o los libros de texto que deben renovarse obligatoriamente, a pesar de que los conocimientos que transmiten sigan siendo válidos.

El decrecimiento propone una vida más sencilla, con menos estrés y sin esa necesidad de consumo y acumulación, integrada en una sociedad cuyo lema no sea el despilfarro, que actúe atendiendo a las necesidades de sus habitantes y no solo a sus posibilidades económicas, su egoísmo o sus ansias de poder. Una sociedad que sepa vivir mejor con menos.