Hoy viernes 29 de noviembre se celebra el Día Mundial Sin Compras, una iniciativa para denunciar el modelo insostenible del capitalismo de consumo, basado en la continua adquisición de productos nuevos. Esta jornada de reivindicación propone limitar al máximo las compras durante un día, pero no sirve si no apelamos al consumo responsable y sostenible los 364 restantes.

La sociedad del consumo

No todas las personas saben exactamente lo que es el consumismo, por eso a menudo se sienten ofendidas cuando son calificadas de consumistas y lo niegan. Otras, se inclinan por el contraataque, intentando retratar al acusador como otro consumista más por los diversos artículos que posea (teléfono móvil, vehículo, televisión…) El consumismo es una de las bases del capitalismo y mantiene el sistema económico desde hace décadas.

Antes del siglo XX, la tendencia era el consumo de subsistencia, es decir, consumir para sobrevivir, incluso en la mayoría de las ocasiones por debajo de ese límite. Tan solo las clases altas, como la nobleza o la realeza, se permitían comprar objetos “no necesarios” que marcaban la diferencia entre los estamentos de la sociedad (ropa, joyas, complementos).

Hacia 1950, y surgiendo desde Estados Unidos, se instaura la sociedad de masas. Los países desarrollados ya tienen cubiertas las necesidades básicas de la población y comienzan a centrar su negocio en los bienes de consumo duradero (frigoríficos, lavadoras, teléfonos, automóviles…) dirigidos a todas las clases sociales.

Compras compulsivas

Foto: nymag.com

El ciudadano se ve invadido por productos que realmente no necesita, pero que determinan el estatus económico y social de cada individuo. Las campañas de marketing intentan convencer a las personas de que necesitan esos objetos para diferenciarse de los demás y mejorar su calidad de vida.

El precio de estos artículos viene tan solo determinado por el deseo del comprador, independientemente del servicio que presten o de su valor intrínseco. Cuando un objeto es muy deseado, su precio se dispara. Por el contrario, cuando se populariza y se instala en la mayoría de los hogares, el precio desciende a la par que el interés del comprador por él. Esto es fácil de comprobar en la actualidad, sobre todo en dispositivos electrónicos (ordenadores, reproductores, teléfonos móviles…)

Nadie obliga a las personas a comprar nada, pero mediante campañas publicitarias se propaga la idea de que un objeto aporta distinción, exclusividad. Da igual que sea necesario, incluso no importa que se use o no, el hecho de poder adquirirlo, es lo que aporta el estatus, incluso aunque no se tenga el suficiente dinero para comprarlo (para eso están los créditos, silenciosos y discretos, gracias a los cuales se puede conseguir la diferenciación social que no está a nuestro alcance económicamente).

Obsolescencia planificada

Con estos apuntes tenemos las claves para identificar el consumismo: cuando sentimos la necesidad de adquirir un objeto nuevo a pesar de que no nos haga falta, bien sea porque no viene a solventar ninguna carencia o porque ya tenemos uno que cubre nuestras necesidades (a pesar de lo cual queremos otro de superiores prestaciones o que esté a la moda).

Es por ello que la mayoría de los objetos fabricados se infrautilizan, es decir, se desechan antes de llegar al final de su vida útil, cuando aún son funcionales. Sirven como ejemplo los dispositivos electrónicos anteriormente mencionados, que quedan obsoletos al ponerse a la venta otros de mejores prestaciones, independientemente de que los antiguos aún puedan ser funcionales durante más tiempo.

La ropa es otra muestra de infrautilización. Aunque una prenda se encuentre en buen estado, dejamos de usarla porque está “pasada de moda” y tiene que ser reemplazada por otra socialmente aceptada. Otros complementos, como las gafas de sol o los bolsos, siguen ciclos similares.

Este sistema se denominó en su día obsolescencia planificada y supone que cada objeto fabricado tiene una fecha de caducidad, que no coincide con el momento en que deja de ser funcional, sino con aquel en que el mercado necesita vender uno nuevo para mantener su crecimiento económico.

¿Cuál es el problema para el medio ambiente?

La continua elaboración de nuevos productos dispara el gasto de materias primas, así como los consumos asociados (electricidad, agua, combustibles) y sus consecuencias, como el aumento de la contaminación, el crecimiento de la deforestación y la sobreexplotación de los recursos para obtener nuevos materiales con los que seguir fabricando.

Además, la excesiva industrialización incrementa las emisiones de CO2, lo que favorece el calentamiento global y acelera el cambio climático. Estos son los principales problemas a los que se enfrenta la Tierra en la actualidad, que no habrían alcanzado tal repercusión de no haberse fomentado el consumismo.

Otro mundo es posible

Salir del sistema es muy complicado, pero tenemos una cierta libertad de acción. Hagamos una prueba: mira a tu alrededor y piensa, entre los objetos que ves, de cuáles podrías prescindir sin que tu vida fuese peor, cuáles te aportan funciones que realmente no necesitas. Con honestidad. Ahí está tu margen de movimiento.