La guerra en Ucrania ha traído unas consecuencias nefastas en nuestro país, que podrían haber sido remediadas fácilmente promoviendo con antelación y premeditación la autosuficiencia y el autoconsumo en alimentación y en energía.

¿Autosuficiencia y autoconsumo para cuándo?

Algo no termina de funcionar bien, ni de estar bien gestionado. A todas luces llama la atención lo que previsiblemente podría suceder antes, ahora o en un momento ulterior. ¿Dónde están los planes preventivos tan necesarios para estas ocasiones a 20 o 30 años vista?

No hacía falta saber mucho de economía, ni de geopolítica, ni ser una gran pitonisa para adivinar, por no decir asegurar, el futuro no tan incierto, que nos esperaba.

Porque no nos llevemos la manos a la cabeza ahora, cuando se veía venir en el tiempo el desenlace. Pero claro, lo mejor siempre es que las culpas las carguen otros.

En vez de generar una potente economía en la que el autoabastecimiento sea la clave, dependemos de manera poderosa del exterior, cuando España es una nación en la que se podía generar una poderosa industria con las energías renovables, además de tener la certidumbre de que nuestro sector primario, si se le hubiera ayudado convenientemente, hubiera salido a flote sin dificultad.

Guerra en Ucrania

Globalismo y dependencia van unidos de la mano.

Globalismo y lobbies están detrás

Si seguimos añadiendo a esto, los respectivos lobbies existentes en cada sector, que subidos en su gran trono no van a ceder ni con presiones para una bajada de precios (¡faltaría más!), el panorama que se nos avecina parece ser como poco desolador, si nadie lo remedia.

Y ahora esperaremos las ayudas de una Unión Europea desbaratada, dando sus últimos coletazos por aguantar el tipo. Resquebrajándose y actuando con un «¡sálvese quién pueda!».

En serio, ¿esto es lo que esperábamos de nuestros líderes? ¿Para qué ha servido este globalismo acelerado, este gobierno único, que ha soltado el freno cuesta abajo?

España y su falta de previsión

Podemos leer el último BOE de ayer mismo, 29 de marzo, por el que se adoptan medidas urgentes en el marco del Plan Nacional de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la guerra en Ucrania, en el que solo intuyo leer excusas varias para algo que se tenía que haber previsto:

«En definitiva, en este contexto de alta volatilidad, incertidumbre e inestabilidad de precios energéticos, resulta imprescindible abordar nuevas medidas de ámbito energético que contribuyan a reforzar la seguridad de suministro y garantice un precio asequible a todos los sectores, desde el ámbito doméstico al conjunto del tejido productivo en todo el territorio nacional. Estas medidas deberán abordarse, una vez más, desde una visión omnicomprensiva, que combine medidas de naturaleza coyuntural para frenar la escalada de precios, entre las que se destacan las medidas de ámbito fiscal, con medidas de marcado carácter estructural, fomentando el autoconsumo y promoviendo la integración de nuevas tecnologías renovables que permitan reducir el precio del mercado mayorista de electricidad al tiempo que reducen la dependencia de otros combustibles energéticos…»

Continúa: «puede poner en riesgo no sólo la viabilidad de las explotaciones agrícolas y ganaderas y de la actividad pesquera, y acuícola sino que puede afectar de forma indirecta y sistémica a los más de 2,8 millones de trabajadores que desarrollan su actividad en el sistema agroalimentario y pesquero, y comprometer una producción de alimentos sostenible, social, económica y medioambiental».

Parece que llegamos un poco tarde. Una respuesta que se embadurna de frases rocambolescas, que intentan maquillar la situación con palabras huecas y redundantes. En definitiva, es un «no nos ha dado tiempo a reaccionar», pero ahora llegamos con ayudas.

Pero no debemos pasar por alto las previsiones de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) sobre la situación alimentaria mundial de este mismo mes de marzo, que intenta dar una «inyección» de positividad y energía, con previsiones de un aumento de las reservas mundiales de cereales.

Y todo comienza con la semilla

La cuestión es que la única forma de no estar expuesto a estas fluctuaciones económicas es asegurándose el sustento y la independencia energética.

En la cadena alimentaria todo comienza desde el terreno en el que se cultiva y en la propia semilla que se utiliza y germina. Si nos preocupásemos desde el principio de su repercusión en todo lo demás, otro gallo nos cantaría.

Se están perdiendo las semillas más antiguas por otras más comerciales y más rentables, pero más dependientes de productos fitosanitarios.

Ahí comienza el problema, la bola de nieve que se va haciendo más gigantesca a medida que las grandes corporaciones van comiendo el terreno a los pequeñas empresas y productores.

En el futuro se pretende hacerlas desaparecer y que esté todo controlado por los grandes lobbies, por supuesto, con modificación genética incorporada, como ya ocurre en algunas partes del mundo. Dependencia para cultivar y vender.

Ganado

En su mayor parte, los piensos con los que se alimenta el ganado dependen del precio de los cereales importados.

Y todo depende de ello. De los piensos que alimentan al ganado o las piscifactorías, hasta la comida y la bebida que nos nutre. Pero tendría que ser extensivo al resto de sectores, porque la globalización por más que se quiera ver, solo ha traído miseria para la mayor parte de la población y un enriquecimiento para unos pocos.

Corporaciones que se pierden en el tiempo y en el espacio

Unas pocas empresas, unas pocas manos, controlan todo el planeta mediante descomunales corporaciones, que se pierden en un entramado de empresas, que resulta difícilmente comprensible para el ciudadano de a pie, que solo ve lo que le repercute directamente en su bolsillo.

Se podría decir que es un gran árbol genealógico que se extiende en el tiempo y en el espacio, y viene desde muy atrás, consolidándose gracias a un entramado digno de ser estudiado y de hacerlo público (y fácilmente comprensible), para que la población se de cuenta que cada objeto que compra o consume, sea cual sea, casi seguro en un 99% proviene de alguna de esas corporaciones.

Por lo tanto, y en definitiva, hay que replantearse nuestro consumo fomentando los productos locales y la producción propia, y nuestra forma de vida de forma fidedigna, porque es el único camino que tenemos para que ese torbellino no consiga atraparnos.