Quedando un día para la festividad de San Valentín (14 de febrero), el famoso Día de los Enamorados 2020, no puedo dejar de lado mi profundo amor por la naturaleza. Cualquiera de nosotros puede estar enamorado de seres concretos, objetos o de actividades o aficiones, pero es mucho más fácil y sencillo enamorarse de la naturaleza. La conexión que todos sentimos con su contacto traspasa todos los sentidos, y queda impregnado en nuestra alma, en algunos casos un tiempo concreto, en otros para siempre.

¡Todos nos podemos enamorar de la naturaleza!
Día de los Enamorados 2020: misión de acercamiento a la naturaleza
Ese sentimiento que nos embarga cuando pisamos un entorno natural resulta embriagador, renovador y apaciguador a partes iguales. No escapa de nadie, da igual la raza, el sexo, o la edad del individuo humano que permite contemplar su belleza y perfección. Ni tan siquiera de especies, ni de seres vivos. Todos han sucumbido ante su potencia creadora de vida y elevadora de espíritus.
Eso lo podemos comprobar en nuestras propias carnes cuando dejamos de visitarla. Es posible que nuestro estado en general se deteriore, tanto mental, como anímico, hasta físico, si no recibimos esa sobredosis de naturaleza que nuestro cuerpo y mente necesitan.
Dejarse acariciar por la hierba, tocar hojas, disfrutar de una cascada o darse un baño de bosque como terapia, son acciones realmente gratificantes que mejoran nuestro organismo.
Dar un paseo entre las flores, no es un juego de niños, es una necesidad.
Trastorno por déficit de naturaleza
El Trastorno por déficit de naturaleza, lejos de ser una invención de algunos estudiosos de la psicología o la psiquiatría, es un hecho real que cada vez se cuela más en los hogares urbanitas, consiguiendo que el ser humano que lo sufre, empiece a sentir numerosos síntomas. Existen numerosos estudios científicos que lo contemplan.
La solastalgia, otro tipo de alteración que el filósofo Glenn Albrecht, puso nombre, suele estar ciertamente relacionada. Pudiéndose definir como: «Esa angustia porque todo nuestro hábitat se desvanece sin poder hacer nada para impedirlo». Las dos comulgan en algunos síntomas. Suelen provocar irritabilidad, falta de atención, depresión, obesidad, menor creatividad o falta de empatía. Entre otras secuelas que pueden llegar en un determinado tiempo concreto, pudiendo ser semanas o meses, dependiendo del sujeto en cuestión.

La tristeza o la apatía que aparece en algunos niños puede ser remediada con salidas al campo.
El tratamiento del Trastorno por déficit de naturaleza, a diferencia de otras enfermedades es fácil (realizar una actividad física por un parque con plantas y árboles durante media o una hora diaria), aunque no tan sencillo, debido a los horarios de la vida moderna. La falta de tiempo para salir a disfrutar tan siquiera de una zona verde, es más común de lo que pensamos, tanto en las personas de la tercera edad, como en los adultos. Pero en el caso de los niños, pasa a ser algo mucho más preocupante, porque de hecho puede cambiar su personalidad y conducta.
Más común de lo que pensamos
Nuestra sociedad ha cambiado, pero por mucha tecnología que incluyamos en nuestra vida, hay cuestiones que no pueden, ni deben cambiar, a no ser que prefiramos transformarnos en robots para seguir una vida de reclusión voluntaria.
La medicina ya ha venido observando este síndrome en numerosos pacientes, en los países con unas condiciones climatológicas adversas, es muy frecuente, como en los países escandinavos. El problema reside que en países como España, hemos adoptado costumbres externas que han generado una serie de horarios incompatibles con la salida al exterior. También se le une, por supuesto, la falta de vitamina D, fundamental para el fortalecimiento los huesos.

Desconectar de nuestra rutina en la naturaleza tiene un efecto muy positivo.
Mascotas afectadas
Si todavía no te has dado cuenta de la trascendencia de estar en permanente contacto con el medio ambiente, ya advertirás sus señales. Insisto en que no hay ser vivo que no sufra algún mal por ello. Nuestras mascotas son las primeras en dar señales de alarma cuando sus dueños, no las sacan de paseo, o las colocan en algún lugar en el cual no reciben los maravillosos y transformadores rayos de sol y aire fresco.
Recapacitemos y empecemos a tomar conciencia de que necesitamos amar a la naturaleza tanto o más, de lo que ella nos necesita para protegerla. Una sinergia que resulta enriquecedora para el planeta.
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