Entre el 1 y el 12 de diciembre de 2014 tendrá lugar en Lima, la capital de Perú, la vigésima edición de la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). En ella, los 195 países firmantes intentarán llegar a acuerdos significativos para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que pongan freno a las repercusiones del cambio climático. ¿Lo lograrán? Seguramente no.
Esta reunión, como tantas, y tantas, y tantas, y tantas, y tantas en el pasado, solo servirá para poner sobre la mesa las evidencias de que la actividad humana está acelerando los efectos del cambio climático, algo de lo que, previsiblemente, también alertará el próximo informe del IPCC. Una vez explicado el problema y asumidas las culpas, habrá negociaciones, frases para la posteridad y apretones de mano retratados, que desembocarán en una declaración de intenciones para la COP-21, pero en ningún caso en acciones y medidas concretas y relevantes.
La emisión de GEI tiene el beneplácito de los países ricos, gracias a su asociación con el crecimiento económico, el desarrollo industrial y el uso de esa fuente inagotable de dinero, aunque no renovable de energía, que son los combustibles fósiles. De las 195 partes, es decir, países firmantes del CMNUCC, no todas son ricas, pero sí lo son aquellas que más peso tienen en las decisiones. Posiblemente ninguna, sobre todo en estos tiempos de crisis, va a ralentizar su crecimiento industrial ni el de las potencias emergentes, como China, Brasil o la India, así que los acuerdos estarán supeditados al desarrollo económico. Como siempre, el medio ambiente postrado ante el dinero.
La CMNUCC tiene como objetivo impedir la interferencia peligrosa del ser humano en el sistema climático, siempre y cuando el desarrollo sostenible pueda continuar. Esto pasa por estabilizar los niveles de emisión de GEI en un plazo de tiempo razonable, el que permita al ecosistema adaptarse a las variaciones del clima. Aquí se genera una duda: ¿qué ocurre si ambos objetivos entran en conflicto? Todos sabemos la respuesta.
Han pasado ya diecinueve ediciones, desde la de Berlín de 1995, de reuniones, acuerdos y buenas intenciones, y el único avance respecto al cambio climático ha sido reconocer que la actividad humana tiene mucho que ver en el problema, algo que ya podía saberse entonces. Tendremos que confiar en que la conferencia de Lima traiga buenas noticias para el planeta y una serie de medidas importantes que, de una vez por todas, sirvan para algo más que para justificar el viaje.
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