Esta afirmación se basa en un nuevo estudio recientemente publicado por European Journal Nutrition del Jagiellonian University Medical College de Cracovia (Polonia). Según el mismo, un consumo de vegetales crudos y frutas frecuente hace descender el SCE, un biomarcador genético de exposición a agentes químicos y  cancerígenos.

El informe se basa en las pruebas llevadas a cabo entre 62 pacientes de cáncer colorrectal, aunque se sabe por otros informes científicos que es aplicable al resto de cánceres. El auge del raw food  tiene sus motivos, y es que las evidencias descubiertas por los investigadores en diferentes partes del mundo demuestran su gran poder protector, un escudo invisible que fortalece al organismo frente a sustancias enemigas.

De este interesante estudio se desprende, que las verduras cocidas o cocinadas no tienen ese efecto curativo y “guardaespaldas”. Como ya sabemos, el calor afecta negativamente al mantenimiento de los nutrientes, vitaminas o minerales. Por eso, siempre se recomienda cocinarlas poco para que queden “al dente”.

Una dieta rica en antioxidantes es la mejor medicina para protegernos del cáncer. El brócoli es la verdura estrella, en general todas las crucíferas, aunque también se extiende este reconocimiento a los alimentos ricos en polifenoles (sustancias químicas que se presentan en las plantas) como el aceite de oliva, cacao, nueces, cerveza, té, uvas rojas, orégano, tomillo, berenjena, cítricos, manzanas rojas, zanahorias, pimientos, remolacha, lentejas, cereales integrales, etc. Por supuesto, no hay que decir que los productos ecológicos son aquellos que contienen más nutrientes, y menos químicos que “manchen o dañen el apellido anticáncer de todos estos alimentos”. Como habréis comprobado la mayoría con colores rojizos o púrpuras, y es que cada color en la naturaleza es una señal.

Aunque se está poniendo en evidencia el uso descontrolado de suplementos nutritivos o alimenticios de vitaminas y otras sustancias que no hacen el mismo efecto en el cuerpo humano, de hecho hacen justamente lo contrario. El National Cancer Institute reafirma este enunciado, y pone ejemplos de cómo la suplementación es acumulada en el organismo muchos años después, y puede ser causa de cáncer.