El uso de vehículos aéreos no tripulados, popularizados como drones, es cada vez más común en múltiples ámbitos, entre ellos la investigación medioambiental. El acceso a hábitats poco estudiados, la observación de especies difíciles de filmar o la posibilidad de sobrevolar situaciones delicadas es ahora factible. Pero, ¿hasta qué punto pueden los drones perjudicar el entorno en el que se infiltran?

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En muchos países, el vuelo de los drones ya está regulado y sujeto a las normas del tráfico aéreo. Existe una gran variedad de modelos, desde pequeños cuadricópteros fabricados para su uso recreativo hasta sofisticados aparatos, que son capaces de sobrevolar la mismísima Casa Blanca. Sin embargo, el impacto de estos vehículos cuando atraviesan espacios naturales es aún una incógnita, sobre todo en lo referente a su influencia en el comportamiento animal.

Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Montpellier, en Francia, ha planteado la afectación que pueden producir estos artefactos a diversas especies de aves acuáticas, como el ánade real (Anas platyrhynchos), en un estado de semicautividad, y el flamenco común (Phoenicopterus roseus) y el archibebe claro (Tringa nebularia) en su hábitat natural. La elección de las especies no ha sido casual, ya que sus hábitats, los humedales y las zonas costeras, ya son objeto de estudio mediante el uso de vehículos aéreos no tripulados.

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El equipo investigador ha realizado más de 200 vuelos con un cuadricóptero y no ha observado incidencias en el comportamiento de estas aves en el 80% de los casos, llegando a acercar el aparato hasta a 4 metros de distancia de los individuos. Los drones han sido lanzados a una distancia prudencial de los objetos de estudio, en torno a los 100 metros.

Asimismo, el estudio también ha tenido en cuenta el color de los drones, la velocidad de aproximación y el número de vuelos, que no parecen tener influencia en las reacciones de las aves. Si la tiene, por el contrario, el ángulo de aproximación del vehículo aéreo. Por debajo de los 60 grados, los animales no parecen sentirse amenazados, pero sí responden, en casi todos los ensayos, cuando el dron se sitúa en un ángulo de 90 grados.

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Las conclusiones son particularmente sorprendentes en el caso de los flamencos y los archibebes, especies muy sensibles a la invasión de su hábitat, que sin embargo no se ven afectados por la presencia de los drones, siempre que se mantengan a más de 4 metros de distancia y no les sobrevuelen, en cuyo caso pueden confundirlos con un depredador.

La utilización de drones para la filmación de animales en estado salvaje requiere de un mayor número de estudios, incidiendo en diferentes especies, con otros hábitats y costumbres. El hecho de que no se hayan observado modificaciones evidentes en el comportamiento de los ejemplares estudiados, no quiere decir que no puedan sufrir episodios de estrés por la presencia de estos objetos extraños. Los vídeos existentes con ataques de aves a drones son una buena muestra de la cautela con que hay que tomar estos primeros datos.