El próximo 22 de abril se conmemora el Día Internacional de la Madre Tierra 2018, una oportunidad para rectificar nuestras acciones pasadas y dar una nueva vida a nuestro querido planeta. Ya nadie duda de que el cambio climático existe, y no es ciencia ficción. Las alteraciones que ha entrañado la llegada del Hombre y su desarrollo como especie, han puesto en evidencia su ignorancia y poca inteligencia sobre la naturaleza y el medio ambiente, es decir, sobre su propia casa y su entorno en donde conseguir los recursos imprescindibles para vivir.

Consecuencias nefastas, futuro incierto

Su modelo de desarrollo económico es un ejemplo claro de fracaso, en el cual nunca se tuvo en cuenta las repercusiones en un futuro lejano. La agricultura y la ganadería intensiva, la deforestación y la tala de las selvas tropicales, la gran producción que genera millones de toneladas de residuos, la utilización de clorofluorocarbonos, el uso de pesticidas y fertilizantes químicos en la agricultura o la quema de combustibles de fósiles, entre otros, han aumentado la temperatura del planeta, y por ende, el aumento de la temperatura del mar; lo que ha supuesto el deshielo de los glaciares y de los polos, elevando el nivel del mar o el incremento de los huracanes, entre otras causas.

Los polos se derriten, y como consecuencia el nivel del mar se está elevando.

Todo ello ha ido incrementando la acidificación de los océanos y la inundación de las zonas costeras, así como una pérdida de las reservas de agua dulce; y finalmente, un deterioro de la biodiversidad, un aumento de la climatología extrema, el avance inexorable de la erosión y la desertificación, el agotamiento de los recursos naturales, y, por supuesto, más sufrimiento humano con la llegada de migraciones climáticas.

Los cambios ya son visibles

En nuestro país, se está vislumbrando esos cambios fenológicos, es decir, de los comportamientos de las especies, que están adaptándose o sucumbiendo a esas nuevas condiciones. Un ejemplo explicativo son las diferentes mariposas y libélulas que se han trasladado de latitudes más bajas a más altas, el florecimiento de las jaras en pleno invierno o la aparición de aves africanas en el levante y en el sur peninsular, además de peces tropicales en nuestras costas.

Los bosques de pinos más meridionales de Europa ya se han resentido por las continuas sequías.

A esto se une la decadencia de especies emblemáticas como el Quercus, por las graves sequías, las plagas o las enfermedades; o de los bosques de pinos más meridionales de Europa, como son los encontrados en la Sierra de los Filabres en Almería con especies tan distintivas como el Pinus sylvestris o el Pinus nigra. Aquí la competencia por el agua en masas boscosas muy densas ha sido atroz, con lo que muchos ejemplares no han podido resistir su falta.

La mitigación de todas las secuelas todavía es posible, si se ponen los recursos adecuados, y sobre todo, si se conciencia y se acometen cambios urgentes en los modelos económicos para frenar los cambios inminentes, e intentar recuperar el daño acaecido.