Las negociaciones del TTIP continúan y los ciudadanos seguimos sin saber las verdaderas consecuencias de un tratado de esta magnitud, en parte por el secretismo de las conversaciones. Tan solo nos informan de que este pacto traerá progreso, trabajo y dinero, la recurrente promesa.
Hablar del TTIP da para mucho y el análisis puede ser muy amplio, por eso nos vamos a centrar en el medio ambiente, que también va a sufrir las consecuencias de este acuerdo si llega a producirse. Grosso modo, lo que quiere este tratado es equiparar las leyes mercantiles de los EEUU y la UE, lo que supondría que muchas de las restricciones de la UE se terminarían en favor del capitalismo que domina los EEUU. Esta decisión traería serios impactos ambientales.

Proteste gegen TTIP vor dem Brandenburger Tor. © Christian Mang
¿Qué supone el TTIP?
La principal diferencia entre los EEUU y la UE es que en América el mercado lo controla todo, mientras que Europa dispone de leyes que regulan la actividad empresarial y que velan por la seguridad y los intereses de los ciudadanos. En la UE, una empresa no puede anteponer sus intereses al bien común, mientras que en EEUU es práctica habitual.
De esta forma, los intereses comerciales y monetarios se antepondrían a muchas leyes europeas, forjadas tras décadas de negociaciones y debates en el Parlamento de Bruselas. Los derechos laborales, la sanidad universal o la educación pública estarían en peligro. Y el medio ambiente, sentenciado, ya que el crecimiento económico pasaría a estar por delante de la protección ambiental (algo que, ya de por sí, ocurre muy a menudo).
Fracking y transgénicos, las grandes amenazas
El fracking, es decir, la extracción de gas del subsuelo por fracturación hidráulica, sería una de las actividades que podría legalizar el TTIP, una práctica extendida y aceptada en los Estados Unidos pero que no ha calado en Europa, recelosa de sus impactos ambientales. Con el TTIP, los efectos sobre el medio ambiente pasarían a un segundo plano y solo se tendría en cuenta el beneficio económico (un gas más barato), lo que abriría la puerta a esta técnica.
Otro punto importante del TTIP son los alimentos transgénicos, cuya situación es parecida a la del fracking: extendidos en los EEUU, la UE exige muchos más controles y no permite productos que son cotidianos al otro lado del Atlántico. Con el tratado, los transgénicos podrían generalizarse y la calidad de nuestros alimentos caería en picado, tendríamos que exponernos a muchas más afecciones relacionadas con la comida, como un aumento de las enfermedades derivadas, intolerancias, alergias, obesidad y un descenso acusado en la calidad. Precisamente ese rasgo que distingue la alimentación (y la salud) de los ciudadanos europeos y norteamericanos.
Menor legislación medioambiental
La normativa ambiental, en general, perdería poder (tampoco es que ande sobrada) frente a las empresas y el mercado. Los estados verían mermada su capacidad de legislar en favor de la protección ambiental y, de hacerlo, podrían enfrentarse a demandas millonarias (con cargo en la ciudadanía) por parte de las empresas que vieran perjudicada su actividad mercantil debido a una ley restrictiva en materia, por ejemplo, de espacios protegidos, agua, energía o biodiversidad.
Este punto sería catastrófico para la ya de por sí débil legislación ambiental, que suele sucumbir ante los intereses económicos. Tanto los gobiernos (principalmente los partidarios del TTIP) como las corporaciones ven en el medio ambiente un obstáculo para el crecimiento de la economía y para la obtención de beneficios monetarios.
La crisis ha acentuado esta visión y, aprovechando la coyuntura, algunos gobiernos, como el de Rajoy en España, han modificado leyes para beneficiar a la economía en perjuicio del medio ambiente favoreciendo, por ejemplo, unas prospecciones en Canarias que nadie quería y acabaron siendo un fiasco, o gravando la energía solar para evitar que los ciudadanos puedan servirse de la energía del Sol.
Si con el estatus actual la situación ya es crítica para el medio ambiente, la llegada del TTIP sería fatal. La naturaleza sucumbiría, de forma definitiva, ante los números y los porcentajes, que en ningún caso tienen en cuenta las consecuencias futuras de las actividades presentes. El TTIP es un asunto denso y complicado, que conviene seguir de cerca para poder alzar la voz contra un tratado que puede cambiar para siempre la forma de vida en la Unión Europea y poner al medio ambiente al servicio de las empresas (y no al revés, como debería ser).
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