El 17 de junio se celebra el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía. Esta fecha, elegida por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en 1994, pretende alertar sobre la degradación de los suelos por todo el planeta, como consecuencia de las actividades humanas irresponsables.
El lema de este año es: “el que algo quiere, algo le cuesta. Invirtamos en suelos sanos”. Con este eslogan, la ONU pretende frenar este grave problema a partir de cinco puntos básicos:
- Apostar por la agricultura sostenible y adaptada al cambio climático, especialmente en zonas donde hay más escasez de comida.
- Mayor acceso a los avances tecnológicos y a la titularidad de las tierras de los pequeños agricultores, siempre con el respeto al medio ambiente presente.
- Equilibrio entre las finalidades ecologistas y el consumo de alimentos.
- Más inversiones para promover las mejores prácticas y un sistema de producción sostenible.
- Aumentar las acciones encaminadas a dar visibilidad a las consecuencias de la desertificación, altamente relevantes en los países con escasez de agua y comida.
La desertificación es el proceso de degradación del suelo en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas, como consecuencia de diversos factores, entre ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas (qué también son responsables del cambio climático, por lo que su influencia es mayor).
El ser humano es el principal culpable de la desertificación, por el mal uso que hace del suelo y sus recursos naturales. El exceso de cultivo agota la capacidad del terreno para seguir produciendo y los drenajes inapropiados de los sistemas de irrigación lo salinizan. La otra gran afección es la destrucción de la cubierta vegetal, que protege al suelo de la erosión y se produce como resultado del sobrepastoreo y la deforestación.
Pero la desertificación no solo está relacionada con el cambio climático y las actividades humanas sobre el suelo, sino que tiene mucho que ver con la seguridad alimentaria. Una agricultura sostenible y eficiente no solo respeta el suelo, sino que posibilita la alimentación de todos los habitantes del planeta, especialmente de aquellos que viven en regiones en desarrollo y con escasez de recursos.
El hambre se ceba con los países no desarrollados, que poseen tierras áridas que no retienen adecuadamente el agua y son más vulnerables a la degradación. Además, en estos países las técnicas agrarias suelen estar poco avanzadas y la sostenibilidad, la eficiencia y el respeto por el entorno brillan por su ausencia, lo que acelera aún más la destrucción de los suelos y la imposibilidad de alimentar a la población.
El lema de este año es coherente con la agenda de la ONU, que pretende “no dejar a nadie atrás” e incluye la protección del suelo, así como la recuperación de aquellos terrenos que ya están degradados, en una estrategia conjunta para, además, acabar con la pobreza y el hambre en el mundo.
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