Es darse una vuelta por cualquier supermercado, y echarse a temblar antes de dar la vuelta a cada producto en cuestión, y mirar de dónde procede. Esta situación me recuerda a cuando éramos niños, los que hemos tenido un pueblo en donde experimentar esas sensaciones, e ibas por el campo levantando todas las piedras que hallabas por el camino en busca de cualquier signo de vida: llámese arañas o alacranes, o lo que tuviese deparado ese día para subirte la adrenalina.

Una acción inocente, que debe ser realizada con precaución, y si es posible con supervisión adulta, pero que cuando se traslada al lugar que nos incumbe, el supermercado o el mercadillo, el lugar donde se suelen comprar los productos frescos del huerto, se transforma en una cuestión de aliento, honor y ética. Sí, la adrenalina se dispara, porque no se sabe la sorpresa que podrás encontrar envuelta, como si de un regalo se tratase, pero con su inconfundible y perenne código, ya sea de barras o QR.

Puedes escoger el que más te plazca. Puestos a elegir, ese que lleva dos envoltorios de plásticos, parece un buen comienzo, y comenzar a leer su letra diminuta a golpe de lupa, o móvil para agrandarla; colocada a propósito para que pase inadvertida la desfachatez ante tus ojos; y, ¡sorpresa!, su lugar de origen es…¡Marruecos!

Foto de Engin Akyurt

En España, tenemos la suerte de poder disfrutar de todo tipo de alimentos. Fotografía de Engin Akyurt

Judías verdes, pimientos, alcachofas, espárragos, pepinos, limones, naranjas, peras, manzanas; y un largo etcétera de frutas y verduras, que se cultivan en nuestro país desde siempre, de forma tradicional, resulta que ahora los tenemos que exportar, porque nadie da un euro por ellos. Al parecer, sale más rentable y «sostenible», traer frutas y verduras en barco de países que están a miles de kilómetros. Ya te la han colado, y ni siquiera te has dado cuenta de ello.

Esto sucede, no solo en productos frescos, sino enlatados o en conserva. Pero también con otros productos, que no vienen de la huerta, como la miel o los quesos. En las mieles, la última «tendencia», consiste en mezclar mieles de distintos países, y en los quesos, ídem; pero lo peor es que algunos van con denominación de origen sellada, con leche de otros países. ¡Hasta dónde hemos llegado!

Además de ser ilógico, este tipo de alimentos no tienen todas las propiedades organolépticas en su mejor estado, que, precisamente, les caracterizan, por provenir de tan lejos. Con lo que si hablamos de nutrición, consumir este tipo de productos, no nos va aportar demasiados beneficios para nuestro organismo.

Pocas personas con sus quehaceres diarios, rutinarios y tediosos, de esta vida urbana, caen en la cuestión de que de su compra depende la supervivencia del campo español. Los supermercados se han convertido en esos lugares en los que la vida rápida, fast life, se concentra para poder adquirir todos los productos que necesitemos en un plis plas. En los que no hay posibilidad de elección, porque la elección ya la han hecho otros por ti. 

Es decir, las marcas que figuran en los estantes centrales o en los lugares más visibles y estratégicos son aquellas que tienen posibilidad de estar ahí, porque tienen una infraestructura detrás de marketing y ventas que se encarga de esa aparición estelar en los medios de comunicación de masas, para que consumas lo que ellos quieren, cómo ellos quieren, cuándo ellos quieren. Por eso, siempre que vas «de paseo» por alguno, terminas comprando algo, que, por supuesto, no querías, o no necesitas. Y, casualidades de la vida, suelen ser mega imperios o monopolios, los que dominan el territorio de la alimentación.

Foto de Sarah Chai

¿Qué llevas en tu cesta de la compra? Fotografía de Sarah Chai.

¿Y qué sucede con aquellas empresas pequeñas que no pueden acceder a esas posiciones? Algunas jamás podrán entrar a esos privilegiados «clubs de alterne», en los que se paga, de una manera u otra, por poder vender sus productos en los establecimientos. Y si entran en los selectos clubs para poder vender sus productos, el precio que deben ofrecer es demasiado bajo como para poder salir adelante, si, sobre todo, no tienen ventas aseguradas.

Desterradas a los lugares más inhóspitos de las estanterías, empiezan cogiendo moho, y terminan desapareciendo hasta que otra empresa lo vuelva a intentar.

Con esta situación, es de máxima prioridad consumir productos nacionales, mejor si se los puedes comprar a alguien cercano, ya sea un amigo, a un vecino o a alguien de confianza, que sepa lo que siembra y lo que recoge, los fitosanitarios que emplea, la forma de cultivoEl comercio de cercanía ha sido, y será, la base de la economía local; el que da trabajo, y su repercusión va directa a las personas. 

Pero hay que hacer un puntualización significativa; ya no sirve que el código de barras de los productos comience con 84, porque esto lo único que representa es, que la empresa que lo comercializa es española, pero puede venir de cualquier parte. Por lo que debemos estar con ojo avizor para poder captar estos engaños, que se tejen como si fueran una telaraña. Ni Aracne, lo hubiera podido urdir mejor.