Existen muchas expresiones para referirse a París. Durante el último año, antes incluso de empezar la COP20 en Lima, se utilizaba mucho aquella de “siempre nos quedará París” y se marcaba la reunión de este año como el punto de partida del gran acuerdo que pondrá a la humanidad a luchar para intentar frenar el cambio climático.

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Por este motivo, la reunión de 2014 en Perú no pasó de ser un entrenamiento para la que hoy comienza. Es posible que el motivo fuera que Lima no luce tanto como París para estampar la firma de todos en un acuerdo que esté vigente las dos próximas décadas. ¿Acaso la estética es más importante que actuar para proteger el medio ambiente? ¿No hubiera sido un hipotético “Protocolo de Lima” tan efectivo como el que pueda salir estos días de la capital francesa?

Es un asunto al que no merece la pena dedicar más tiempo porque Lima ya pasó, y París ya está aquí. Esperemos que más de un año de referencias a esta COP21 haya servido para que realmente marque un antes y un después y se convierta en el punto de partida de un giro radical de las políticas mundiales, que piensen más en proteger el medio ambiente y menos en hacer crecer la economía a toda costa.

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Aun así, llegamos tarde, esto no es un secreto. Las consecuencias del cambio climático las llevamos sufriendo años, no hace falta plantear escenarios futuros cuando cada año es el más caluroso, cada huracán el más potente, a la peor sequía le siguen terribles inundaciones o los cambios en la meteorología llevan el frío a zonas templadas o el calor a regiones frías. En París, como en otras regiones de Europa, ya nos hemos acostumbrado a las sorpresas que nos depara la naturaleza, nos hacen gracia y nos permiten rellenar horas de noticiarios.

Pero las decisiones acerca del futuro del planeta no las tomarán quienes llevan años alertando de la situación, sino aquellos que se han negado a aceptarla y que han antepuesto la economía, el crecimiento o la política a las cuestiones ambientales. Aquellos que no han querido reducir las emisiones porque pensaban que la contaminación era negociable. Los que prohíben manifestaciones y detienen a las personas que reclaman la importancia del planeta, ahora pretenden cambiar sus propias políticas, las que nos han llevado a esta situación.

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Cambiar es quizás una palabra demasiado radical, valdría más hablar de maquillar o suavizar. El límite de aumento de la temperatura global de 2 grados está sobre la mesa. Un acuerdo acerca de esta cuestión, que luego podrá cumplirse o no (aunque sea a base de falsear datos), será suficiente para calificar esta cumbre como histórica (palabra que ya se está utilizando en demasía), éxito o punto y aparte.

Al menos, para este nuevo acuerdo parece que la participación de los Estados Unidos y China es segura, toda vez que llevan 20 años fuera del Protocolo de Kioto contaminando como les ha venido en gana, desoyendo las alertas y echando abajo cualquier progreso que se consiguiera por parte de los países firmantes, cuya reducción de emisiones ha sido descompensada por la economía que más ha crecido y fabricado en las últimas décadas (casi toda esa producción con destino a los países que participaron en el anterior protocolo. Contaminación en diferido, que dirían algunos. Al final, lo que cuenta es la contaminación total que recibe la atmósfera, no de dónde viene ni cuán “necesaria” sea).

Estaremos atentos a las noticias que lleguen de París y a los acuerdos que se firmen. Quién sabe, puede que esta vez sea la definitiva y el acuerdo que salga de la COP21 lleve a la humanidad y al planeta a una situación mejor, o al menos no tan mala como apuntan las previsiones.

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