El vidrio es uno de los materiales más agradecidos con el reciclaje. Una y otra vez, una botella puede reciclarse sin perder sus propiedades, inclusive después de haber sido reutilizada en varias ocasiones, ya sea a nivel industrial o casero. El ahorro es significativo, tanto en materias primas como en la energía necesaria durante el proceso de fabricación.

Sin embargo, ya sea por aparecer continuamente dentro de los contenedores verdes de recogida selectiva o por ser difíciles de eliminar, hay materiales que complican a diario el reciclaje. En la planta de tratamiento, donde el vidrio recogido es transformado en calcín que posteriormente servirá para fabricar nuevos envases, deben estar muy atentos a los impropios, aquellos residuos que no deberían aparecer en el contenedor del vidrio (pero lo hacen).

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Desde el momento en que un camión descarga en la planta de tratamiento, ya puede observarse la cantidad de impropios que transporta. Estos pueden llegar hasta allí a través de dos vías: directamente desde el contenedor, debido a una gestión incorrecta de los residuos por parte de los ciudadanos, o por una contaminación ocurrida en los eventuales almacenamientos intermedios.

Los impropios más comunes son los envases de PET (botellas y garrafas de plástico), la cerámica (platos, tazas) y los residuos metálicos asociados al vidrio (las tapas de los botes de conserva, las cápsulas de las botellas de vino). Pero también aparecen otros de lo más extravagante, como pistolas, patas de jamón, sombrillas o microondas.

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Los residuos de envases de botellas de plástico, fabricadas con PET, son probablemente los impropios más habituales. Ocupan un gran volumen y pesan poco, por lo que reducen notablemente la efectividad de la recogida y aparecen en grandes cantidades en las plantas de tratamiento. No obstante, su eliminación no resulta muy complicada, la mayor parte puede separarse de forma manual y el resto mecánicamente, al ser más ligeros que el vidrio.

Puede que la cerámica sea el material más odiado en las plantas de tratamiento. Cuando alguna fracción es detectada entre el vidrio, se elimina de forma inmediata. Su separación la realiza una máquina que discrimina los fragmentos opacos (cerámica) de los transparentes o translúcidos (vidrio), hasta un tamaño mínimo de 3 a 5 milímetros.

Si uno de estos fragmentos fuese tan pequeño que superase todos los procesos y se incorporara al calcín, sería la causa del rechazo de un camión entero de este material a su llegada a la fábrica de envases. Aún peor sería si consiguiera formar parte de la estructura de una nueva botella, que solo por contener un pedazo milimétrico de cerámica podría estallar en el momento más inesperado. Por eso es tan importante no depositar jamás este desecho en el contenedor verde.

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El tercer impropio más habitual son los residuos metálicos. Estos suelen proceder, principalmente, de las tapas de los botes de conserva o de las cápsulas de las botellas de bebidas espirituosas. Su separación se realiza mediante un imán, que los atrae y acumula, para que posteriormente sean sometidos a su propio proceso de reciclaje por parte de un gestor autorizado.

Por fortuna, la aparición de impropios se ha reducido desde que comenzaron a utilizarse camiones en exclusiva para el transporte de residuos de envases de vidrio. Aun así, nuestro papel sigue siendo fundamental. Como ciudadanos, podemos ayudar a reducir este problema a su mínima expresión, depositando únicamente vidrio en el iglú verde, y llevando el resto de nuestro residuos a su correspondiente contenedor, formando así parte de un ciclo que contribuye a mejorar el medio ambiente y, por consiguiente, nuestra calidad de vida.

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