La selva amazónica se extiende por varios países en Sudamérica, quizás la que se encuentra en Bolivia es la más desconocida. Se trata del territorio más grande protegido dentro del país (más de 600.000 hectáreas), un espacio natural un tanto inhóspito, poblado por criaturas salvajes que hasta hace poco no habían tenido contacto con el ser humano, y exuberante en cuanto a flora. El bosque frondoso protege a una rica biodiversidad, humedales y pantanos conviven con una jungla casi imposible de atravesar. Se han contabilizado más de 5.000 especies vegetales y cerca de 2.000 especies de animales vertebrados, por supuesto sin contar a los insectos, que aumentarían espectacularmente los números.

Desde Rurrenabaque se pueden realizar diversas excursiones que comienzan siempre en las zonas fluviales, por lo que es necesario alquilar canoa o lancha. El río Yacuma es la poderosa arteria que llena de vida la zona, llegando hasta el Yata.

Es relativamente fácil observar caimanes, yacarés, capibaras, espátulas rosadas, delfines de río (bufeos), pirañas rojas, monos silbadores, monos aulladores rojos, y las famosas anacondas, que cuando hace más calor salen a la superficie (el resto del tiempo suelen estar en el agua) o se enroscan en los árboles.

Especies endémicas y amenazadas constituyen el principal valor de esta zona protegida, y conservada gracias al interés de los propios bolivianos y al gran reclamo turístico que lo posibilita. Uno de estas especies amenazadas es el delfín rosado.

Un lugar al que hay que ir pertrechado con prismáticos, sombrero, protector solar y repelente de mosquitos, indumentaria transpirable, botas, siendo preferible ir tapado (pantalón largo y camiseta o camisa de manga larga); pero aún con esas, promete ser una aventura en toda regla. Un lugar prácticamente prístino de los que quedan pocos en el planeta, aunque la creciente sed aventurera de los extranjeros que visitan Bolivia a hecho que poco a poco vaya cambiando.