El mes de marzo es el elegido por muchos agricultores para podar los olivos, antes de que salga la flor y cuando ya las heladas son menos frecuentes. Así se pueden utilizar los restos de poda para proteger y nutrir el terreno, una práctica que se suma al no laboreo en el objetivo de lograr un olivar ecológico con una buena conservación del suelo.
La poda es un proceso necesario para el correcto desarrollo del olivo y, sobre todo, para tener una buena cosecha. Se suelen eliminar las ramas viejas o secas, que han disminuido en gran medida la producción de aceituna con el paso de los años. Además, es conveniente eliminar aquellas ramas demasiado altas, con nudos o que crezcan hacia abajo, ya que dificultan la recolección y requieren demasiada energía del olivo con respecto a su producción (en algunos casos, inexistente).
La época de poda varía según la zona donde nos situemos. Se comienza a realizar coincidiendo con el fin de la cosecha, es decir, entre los meses de diciembre y enero. No obstante, la posibilidad de heladas en algunas regiones aconseja que se retrase hasta la entrada de la primavera, ya que el hielo puede ser perjudicial en los cortes.
Esta tarea, por tanto, acaba extendiéndose hasta el mes de abril en algunas áreas, aprovechando los meses de mínima actividad del olivo, desde que se recolecta el fruto hasta que nacen las primeras flores, momento en el cual ya no es aconsejable llevar a cabo esta práctica.
¿Qué hacer con los restos de poda?
Tradicionalmente, los restos de poda se han quemado en el propio olivar, siempre teniendo cuidado de no perjudicar a ningún olivo ni el entorno. Sin embargo, esta costumbre está en desuso ante el auge de las prácticas ecológicas y la protección contra incendios. Los agricultores que lo siguen realizando suelen necesitar una autorización, ya que en muchos municipios está prohibido hacer fuego en la naturaleza bajo cualquier circunstancia.
Los restos de poda representan una forma barata y ecológica de realizar un aporte extra de materia orgánica en los olivares. Solo hay que esparcir los residuos de menor tamaño por la tierra, triturados o cortados en trozos pequeños. Estos, además, protegen el suelo de la erosión, favorecen la infiltración y reducen la pérdida de agua por evaporación.
Por su parte, los troncos de un diámetro considerable se pueden destinar a otros fines, ya que la descomposición natural es más complicada. Con la ayuda de las mismas herramientas que se utilizan para la poda (tijeras, hachas, sierras) se pueden pelar hasta convertirlos en leña que podremos utilizar para las chimeneas o las barbacoas en casa.
La reutilización de los restos de poda supone un beneficio añadido para el medio ambiente, ya que se deja de emitir a la atmósfera metano y óxido nitroso, productos de la quema de hojas y ramas. Además, el carbono orgánico que contienen estos residuos se convierte en un aporte beneficioso al cultivo, en lugar de transformarse en un gas de efecto invernadero.
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