Hoy se celebra este aniversario, para concienciar a la sociedad de los graves perjuicios que causamos los seres humanos con nuestros molestos e irritantes sonidos. En el mundo animal, creo que no existe un sonido que pueda ser tan fastidioso como el que pueden producir las personas y sus inventos. De hecho, si alguien quiere escapar del mundanal ruido, se desplaza a algún espacio natural en donde es fácil oír sonidos leves, acompasados, incluso rítmicos o melodiosos.
La industrialización y el progreso nos han traído un mal compañero de viaje. Cada vez podemos percibir más decibelios en las urbes. Nuestra sensación auditiva se ha ido acostumbrando como medio para sobrevivir y para poder discernir entre los diferentes sonidos; pero la faceta contraria está, en que nos estamos quedando sordos. El otro día transitando por una calle cerca de casa, íbamos una amiga y yo intentando charlar mientas andábamos; pues tuvimos que dejar de mantener la conversación, porque el exasperante ruido de los motores de los coches no nos dejaba entendernos. Así que, transpusimos nuestro dialogo para otro momento, en el que poder simplemente ¡hablar!.
Estos riesgos y consecuencias para la salud de la contaminación acústica, están pasando factura; según los expertos, a las personas ancianas y a los niños, los más vulnerables. Se sabe que los sonidos fuertes afectan, no solamente a nuestros sistema auditivo, sino al resto de nuestro cuerpo:
- Al sistema cardiovascular, con alteraciones del ritmo cardíaco, riesgo coronario, hipertensión arterial y excitabilidad vascular por efectos de carácter neurovegetativo.
- A las glándulas endocrinas, con alteraciones hipofisiarias y aumento de la secreción de adrenalina.
- Al aparato digestivo, con incremento de enfermedad gastroduodenal por dificultar el descanso.
- A otras afecciones, por incremento inductor de estrés, aumento de alteraciones mentales, tendencia a actitudes agresivas, dificultades de observación, concentración, rendimiento y facilitando los accidentes.
En nuestra urbe, los madrileños soportamos niveles de contaminación acústica superiores a los 65 decibelios, el límite que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS); según las mediciones de las diferentes estaciones repartidas por toda la ciudad.
No solamente la contaminación nos afecta a los seres humanos.
Los animales son, también, receptores de nuestro malos hábitos de vida. Según un estudio realizado por el Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas de la Universidad Politécnica de Cataluña, el sonido de baja frecuencia, producido a gran escala por las actividades humanas en alta mar, provoca lesiones severas en las estructuras auditivas de los cefalópodos como sepias, calamares y pulpos.
A su vez, la ONU, a través de su Programa para el Medioambiente (UNEP), instiga a los gobiernos y a las industrias a que adopten motores más silenciosos y sonares menos dañinos en los barcos y medidas más restrictivas sobre el uso de pruebas sísmicas para la exploración del petróleo y el gas.
La ONU denuncia además que los cambios en la composición química marina contribuyen al aumento de la contaminación acústica del océano, ya que el incremento de los niveles de acidez del agua del mar hacen que ésta absorba un diez por ciento menos sonidos de baja frecuencia.
Existen pruebas de que los casos de ballenas varadas en playas de todo el mundo están cada vez más relacionados con la contaminación acústica. Muchos de estos mamíferos presentan daños en los tejidos similares a las de los buceadores que sufren el llamado “mal del buceo” o enfermedad por descompresión inadecuada, que se produce al salir a la superficie demasiado rápido. Los expertos sugieren que estos animales suelen asustarse por los sonidos de sónares o pruebas sísmicas y suben hacia la superficie más rápido de lo que son capaces de soportar.
Intentemos por lo tanto, hacer la vida más agradable a los demás. Evitemos en lo posible, emitir más ruido del que ya existe, ya que repercute en la salud de todos los seres vivientes que convivimos en este planeta.
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