Bangladesh, uno de los países más pobres del mundo, con un PIB per cápita de 2.000 dolares, es la sede de las fábricas de muchas de las marcas textiles que consumimos en Europa. Superando a Turquía como principal proveedor de textil de la Unión Europea, el salario mínimo de esta región es el más bajo del mundo: 3.000 takas o unos 30 euros al mes. Aprovechándose de una mano de obra realmente barata y unas condiciones laborales que en la UE serían tachadas de esclavitud, las grandes marcas hacen su agosto en esta región.

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El 24 de abril de 2013, el complejo de la fábrica Rana Plaza en Bangladesh se derrumbó matando a más de 1.100 personas. Las condiciones del centro de trabajo predecían la catástrofe inminente, pero la presión de las grandes marcas extranjeras para tener el producto con la mayor rapidez posible no solo hizo que se vulneraran los derechos de estos trabajadores al hacerlos trabajar largas jornadas laborales sin descansos, sino que también se vio afectada la seguridad de su centro de trabajo.

Nueve meses después de este desastre, el New York Times dedica su editorial a la marca española Mango, al ser una de las marcas que encargaban producto a dicha fábrica y una de las que se han negado a aportar capital al fondo de compensación de las victimas. Otras cuatro marcas internacionales con producción textil en Rana Plaza han acordado, bajo una intensa presión internacional, ayudar a financiar un fondo de compensación económica para las víctimas de 40 millones de dólares.

Sin embargo, la marca española Mango no colaborará en este fondo de ayuda económica argumentando que no había formalizado una relación comercial con Phantom Tac, propietaria de dicha fábrica. Según la versión oficial dada a las pocas horas de la catástrofe, Mango había pedido muestras de productos a fabricantes que tenían allí sus oficinas, para comprobar la calidad de las mismas, pero que no se manufacturaban ningún tipo de producto para la empresa barcelonesa.

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Estas declaraciones no consiguieron apaciguar la opinión internacional. Por ello, pocos días después, Mango contrataba a un exdirectivo de Inditex especialista en solucionar conflictos laborales en países del tercer mundo, para que analizara la situación y decidiera si era oportuno indemnizar a las victimas. Mango llegó a crear un grupo de trabajo con las principales partes afectadas para solucionar el problema pero, como ha mostrado en su reportaje el New York Times, todo estos esfuerzos se quedaron en el papel como una forma elegante de evitar la tormenta de críticas de la comunidad internacional.

La deslocalización de la producción produce grandes beneficios en las multinacionales, que no solo logran una mano de obra más barata, sino que también se aprovechan de las necesidades económicas de estos países para saltarse hasta las mínimas normas de seguridad laboral. En los países que consumimos estos productos, no somos conscientes de las condiciones de trabajo de estas personas hasta que no llega una catástrofe como la acontecida en Bangladesh. Y como consumidores es nuestra responsabilidad conocer estas injusticias y hacer lo que este en nuestra mano para que las condiciones laborales en estos países mejoren, las grandes marcas se hagan responsables de sus actos y que tragedias como esta no vuelvan a repetirse.