Hoy estaba viendo tan tranquila la televisión, mejor dicho “tragándome” un porrón de anuncios publicitarios mientras comenzaba mi programa; y observando toda la publicidad que atenta contra nuestros ojos, me he detenido a pensar en la locura de imágenes e información en  que se ha vuelto el mundo. Solamente de ver la propaganda ya me he mareado, ¡puff! se me han quitando las ganas de tener la tele puesta, y por supuesto ya he perdido el hilo conductor del programa que veía.

Entre todos los mensajes con imágenes que he podido asimilar ha habido varios que me han dejado consternada. No sólo por la manera de anunciarse, sino por el mensaje subliminal que lanzan hacia los nuevos consumidores en potencia, los niños; y por ende hacia sus madres.

En concreto, se trataba de varios productos alimenticios dirigidos a obtener una alimentación saludable con su consumo. ¡No se puede mentir mejor y más sibilinamente!.

En uno de ellos, en un fantástico y perfecto hogar novísimo y amplísimo (ya nos están diciendo que las familias mileuristas aspiran a alimentarse como los ricos) se encontraba una perfecta familia feliz, sin preocupaciones por pagar una hipoteca o el cole de los críos. Ellos en su preciosa burbuja se rodean de decoraciones con firma y amigos, a cual más  perfecto, guapo y estiloso (de nuevo nos atacan, pero esta vez añaden otro elemento más a esta parodia: la belleza. Ya se sabe, si no eres por lo menos atractivo y tienes un cuerpo diez, no entras en su círculo de amistades). Sin querer resultar pesada con esta descripción, paso a lo más importante, lo que sale de sus lindas bocas.

Los chavales comen ansiosamente el producto, soltando después un “¡que rico!”. La madre, por supuesto, se derrite ante sus palabras y se la nota contenta pensando para si misma en lo perfecta madre que es por dar una comida requete equilibrada a sus hijos y amigos. Posteriormente, mira a cámara intentando embaucarnos con su sonrisa perfecta, y nos dice “me siento tranquila dándoles de comer una alimentación tan natural y sana”.

Esto ya me sobrepasa, y decido apagar el aparato para no seguir dando juego a este absurdistán. Después, decido ir a comprar algo a la calle, y al pasar delante de un supermercado me entra la vena curiosa e investigadora, y sin pensarmelo dos veces me lanzo dentro para averiguar si realmente esos artículos que he visto anunciados en la “caja tonta”,  son tan sanos y naturales como los describen. Cuál no será mi sorpresa, cuando empiezo a leer los ingredientes, y veo esos de los que todos los médicos alergólogos hablan y de los que la mayoría de las personas hacen caso omiso. Ya no solamente porque provocan unas indeseables alergias, sino porque causan o pueden causar enfermedades importantes, que a la larga nos pasan factura.

Releo de nuevo. Y acierto a transcribir (viene en la letra más pequeña de todo el envase, será por algo…): aceite vegetal hidrogenado (ese que no se sabe de dónde proviene, y que al ser hidrogenado provoca un “subidón” de colesterol); unos ingredientes que llevan delante los famosos “Ees” con un guión después y un término, léase conservadores, colorantes y potenciadores del sabor. Muy peligrosos para los niños, ya que pueden causar asma si se toman en una proporción indebida, es decir, si no se tiene en cuenta su peso corporal. Se sabe que pueden ocasionar cáncer, si se toman sin moderación. Sigo descifrando. Aroma de pan y aroma de humo, ¡que es esto, no sabía ni que existían!, afirmo que no es nada bueno dar aromas a algo que se supone que ya tendría que saber a algo.

Creo que no se me escapa nada de la “lista negra”. Todas estas conjeturas es difícil asimilarlas y no volverte majareta, ya que no siempre dispones de tiempo, dinero, espacio, para adquirir productos realmente naturales. Por ello, mi consejo es que siempre que podáis os alimentéis con artículos del género ECO, en ellos no nos dan gato por liebre, o sea, tenemos toda la confianza de que estamos adquiriendo un producto saludable 100%. Si por diversas circunstancias no puedes adquirirlos, declínate siempre por alimentos naturales que no contengan sustancias artificiales.

Conclusión: ¿Alguien comería algo que no sabe a lo que tiene que saber?. Si suprimiésemos todos esos sustitutos del sabor, a más de uno se le quitarían las ganas de llevarse algo a la boca.

¡Igual que utilizas la cabeza para comprar, úsala para saber lo que comes y metes en tu cuerpo!.