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El 21 de marzo es el primer día de otoño en el hemisferio sur y el primero de primavera en el hemisferio norte. De este modo, para marcarle carácter simultáneo en todo el mundo, los estados miembros de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) eligieron, en 1971, esta fecha para celebrar el Día Forestal Mundial.

En el Día Forestal Mundial, que en este año 2011 adquiere una especial relevancia, dado que se celebra el Año Internacional de los Bosques, nos tenemos que replantear el uso de nuestros bosques como materia prima; y como hábitat de otras especies de fauna y flora. El mal que les afecta actualmente  es la deforestación. Hace unos 10.000 años -es decir, antes del comienzo de la agricultura- ese tipo de bioma se extendía sobre unos 4.200 millones de hectáreas, las dos terceras partes de la superficie terrestre. Hoy, en extensas regiones de Asia, Europa y América del Norte los bosques naturales han desaparecido, y la deforestación amenaza al más extenso de los que quedan, la selva amazónica.

La presencia del bosque determina un intercambio constante de dióxido de carbono y oxígeno entre los organismos vivos y la atmósfera. Las plantas consumen el dióxido de carbono y liberan oxígeno; cuando mueren, ocurre lo contrario.

La desaparición de bosques, por otra parte, afecta el ciclo del agua, necesario factor de equilibrio del clima y los cambios atmosféricos.

La deforestación modifica los procesos de evaporación y el régimen de lluvias, con cambios climáticos inmediatos que repercuten sobre las posibilidades de supervivencia de gran cantidad de especies, en apariencia no afectadas en forma directa.

Una nueva investigación muestra que la sequía de 2010 en la Amazonia podría haber sido aún más devastadora para las selvas tropicales de la región que la inusual sequía de 2005.

El análisis de las precipitaciones en 5.3 millones de kilómetros cuadrados de la Amazonia durante la estación seca de 2010, publicado en la revista Science, muestra que la sequía fue más generalizada y grave que en 2005.

El equipo británico-brasileño también calcula que el impacto del carbono de la sequía de 2010 puede llegar a superar los 5000 millones de toneladas de CO2 liberado después de los sucesos de 2005, pues las sequías severas secaron árboles de la selva. Para comparar, los Estados Unidos emitió 5400 millones de toneladas de CO2 procedente de combustibles fósiles en 2009.

Los autores sugieren que si las sequías extremas como éstas se hacen más frecuentes, los días de la selva amazónica actuando como un amortiguador natural para las emisiones de carbono de origen humano pueden estar contados.

El autor principal, el Dr. Simon Lewis, de la Universidad de Leeds, declaró: “Tener dos eventos de esta magnitud en rápida sucesión, es extremadamente inusual, pero lamentablemente consistentes con los modelos climáticos que proyectan un futuro sombrío para la Amazonia.”

La selva amazónica cubre un área de aproximadamente 25 veces el tamaño del Reino Unido. Los científicos de la Universidad de Leeds, habían demostrado previamente que, en un año normal, los bosques intacto absorben aproximadamente 1.500 millones de toneladas de CO2 . Esto ha balanceado las emisiones de la deforestación, la tala y los incendios en el Amazonas y ha ayudado a frenar el cambio climático en las últimas décadas.

En 2005, la región fue golpeada por una sequía poco común en la que murieron los árboles en la selva. El seguimiento sobre el terreno demostró que estos bosques dejaron de absorber CO2 de la atmósfera, y que los árboles muertos podridos lanzaron emisiones de CO2 a la atmósfera.

La sequía inusual, que afecta al sur-oeste de la Amazonia, fue descrito por los científicos en su momento como “un suceso en 100 años”, pero sólo cinco años después la región ha sido azotada por una extrema sequía similar que causó el Río Negro afluente del río Amazonas cayera a su nivel histórico más bajo.

La nueva investigación, co-dirigida por el doctor Lewis y el científico brasileño Dr. Paulo Brando, utilizó la relación conocida entre la intensidad de la sequía en 2005 y de árboles muertos para estimar el impacto de la sequía de 2010.

Predicen que los bosques del Amazonas no absorberán sus habituales 1.500 millones de toneladas de CO2 de la atmósfera en 2010 y 2011, y que otros 5.000 millones de toneladas de CO2 será lanzadas a la atmósfera en los próximos años una vez que los árboles que han muerto por la nueva sequía se pudran.

EL Dr. Brando, del Amazon del Brasil Instituto de Investigación Ambiental (IPAM), dijo: “No vamos a saber exactamente cuántos árboles murieron hasta que podamos completar las medidas forestales sobre el terreno.”

“Podría ser que muchos de los árboles susceptibles de morir por la sequía ya fueron exterminados en 2005, lo que reduciría el número de muertos el año pasado. Por otra parte, la primera sequía podría haber debilitado un gran número de árboles aumentando el número de muertes en el 2010 estación seca.

“Nuestros resultados deben considerarse como una estimación inicial. Las estimaciones de las emisiones no incluyen los de los incendios forestales, que se extendieron por amplias zonas de la Amazonía durante los años cálidos y secos. Estos incendios liberan grandes cantidades de carbono a la atmósfera.”

El estudio fue una colaboración entre las Universidades de Leeds, Sheffield y el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM) de Brasil. El trabajo fue financiado por la Royal Society, Gordon y Betty Moore Foundation y la National Science Foundation de EE.UU.

También, la quema anual de 13.500 km2 de bosque tropical, para transformar el terreno en áreas de cultivo o pastoreo, lleva a la desertización. Se llama así al proceso por el cual un territorio que no tenía las características climáticas de los desiertos naturales termina por adquirirlas, a causa de la destrucción de su cubierta vegetal y de la erosión.

Como consecuencia de ello, los suelos se empobrecen y las partículas más pequeñas se vuelan por el viento, o bien escurren con las lluvias.
El suelo fértil y productivo, que necesita cientos de años para formarse, es también inestable.

Para mantener la cohesión y firmeza de sus partículas, requiere de las plantas y especialmente de sus raíces. Y si las plantas son taladas, la erosión debida al agua y al viento deja pronto al descubierto la roca viva que, sólo tras el paso de muchísimos años, podrá volver a ser aprovechada por los vegetales.

En suma, tanto la agricultura como los caminos, las represas y los asentamientos humanos son necesarios; y en territorios nuevos, no pueden hacerse sin deforestar. Pero la eliminación de especies arbóreas no debe exceder ciertos límites; si no existen planes de reforestación racionales, esa intervención sobre el ecosistema tendrá consecuencias gravísimas para la cadena alimentaría y para la vida misma.

En estos tiempos, el peligro más serio es el que amenaza a la Amazonia. Esta región selvática, bañada por el río Amazonas y sus afluentes, cuenta con una cuenca de más de siete millones de km2, en territorios de Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador y las Guayanas.

Desde la irrupción de los colonizadores europeos hasta 1970 había sido deforestado el 0,5% de la selva amazónica; desde ese año hasta 1991 se llegó al 10% (unos 700.000 km2). Las tierras se destinan, en general, a la explotación agropecuaria o la búsqueda de petróleo y la extracción de minerales, y la futura construcción de la gran carretera transamazónica, de 3.000 km. de longitud. Está previsto que para el año 2020 habrán sido levantadas 78 represas, que inundarán 100.000 km2 de territorio.

En este verdadero pulmón del planeta conviven 80.000 especies vegetales; 30.000 animales: el 50% de la biodiversidad (número de especies que habitan en una determinada región) de que dispone la Tierra. Muchas de esas formas de vida corren ahora serios peligros, por la creciente destrucción de sus hábitats.